jueves, 24 de marzo de 2011

     Esperando al final que está a punto de llegar, me siento en la parada de autobús y me recoloco el cabello que el viento desplazó a mi cara, luchando por no mirar a las personas que me rodeaban. Siento miedo al hablar de fin, pero el ansia y las ganas de que esto acabase podían con cualquier inquietud. Me aferraba con fuerza al sabor de despedida y a la idea de montarme en aquel bus y que, tras hacerlo, mi vida cambiaría, cada parte de mi ser iría a un lugar diferente, aquellos con los que un día soñé, absorbiendo esencias de callejones llenos de alegría, aromas del mar Muerto, sentimientos de ida de seres especiales, el calor del sol, el silencio de la noche, el escozor de mis ojos contactando con la sal marina, cada una de las cosas que me gustaron o que me impactaron e hicieron el juego de la vida algo pasajero. De lejos, mis ojos divisaron al tiempo, siempre con prisa, sin poder detenerse para charlar y acompañarme un rato, porque con la única que hablaba era con mi incondicional amiga, soledad. ¿Por qué cada cosa tiene un tiempo concreto en la vida? ¿Por qué dormir de noche y vivir de día? ¿Por qué no puedo sentir el agua colándose entre los dedos de mis pies procedentes de un mar desafiante? ¿Por qué el tiempo me impide besarle siempre que se me antoje y las veces que mi corazón lo desee? ¿Por qué? Preguntas golpeaban mi cabeza y barrían mi memoria en un sin fin de inconformidades que nunca llegaré a comprender ni siquiera tendré tiempo de hacerlo...¿o sí? Nos queda un largo recorrido..  

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