domingo, 28 de agosto de 2011

Vas caminando a través del pueblo y decides sentarte en uno de los bancos de la plaza que hay cercana a ti. Y, de repente, ahí está. De una esquina sale ella ya la observas andando. Directa a ti. Lo único que te apetece es sonreír para tu interior. Sonreír porque reconocerías cada palmo de su piel aún a tientas. Porque desde lejos sientes su aroma golpeando tus sentidos. Porque sus labios llevan aún la marca de los tuyos. Porque te mira con esos ojos inquietos y una risa nerviosa. Porque.. Y, justo entonces, abres los ojos y ves el techo. El techo blanco e inerte de tu habitación y sonríes amargamente a la vida porque de nuevo te la ha vuelto a jugar.

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