miércoles, 6 de julio de 2011

     Nunca creí en relaciones largas y relaciones cortas. Creí en el amor. Creo en que un día vas caminando por la calle y algo te golpea el corazón, como si lo atravesase de una sola vez y quedase una marca de aquel disparo hecho por Cupido. Desde aquel día en el que viste a aquella persona los días te parecían más claros, las noches más largas, las sonrisas más puras, el tiempo más lento y las miradas más sinceras. Va pasando el tiempo y cada  día sientes algo más grande y bello por esa persona. Crece, crece y sigue creciendo sin ningún control y sin ninguna atadura. Llega el día en el que la vuelves a ver, pero esta vez camina al lado de otra persona, a la que sonríe y besa con mimo, a la que le coge la mano con ternura y mira con ojos ilusionados. Sientes como cada parte de tu ser odia a la persona que va junto a ella, como el rencor y la ira recorren cada parte de tu ser impidiéndote el simple hecho de articular una palabra. El tiempo sigue pasando y la marca va dejando heridas cada vez un poco más pequeñas, pero siempre hay que usar un buen colirio para las heridas porque puede que un día, sin quererlo, vuelva a abrirse.

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